Balanza de una negociación

Cedió muy rápido. Torció la mano y dejó que hicieran lo que tenían que hacer. Lo que habían ya planeado. Las ventajas para ellos eran en realidad pocas. Un caso más. Lleno de misterio. La satisfacción de lograr lo que su cerrada mente propone. Él, por su parte, como ya decía, cedió muy rápido. Para mi gusto tenía mucho por luchar. Había una remuneración económica de por medio. Hubo mucho tiempo invertido en la tarea, a lo largo de un año. Lo más importante, sin embargo, es sin duda la ética académica de la labor. El trabajo, aunque escaso e inconstante, era de él. Se lo robaron. Se lo quitaron. Lo usurparon. Lo grave del caso es la amenaza que va de por medio. Al niño le quitan su paleta pero acto seguido se le gritonea de no llorar, de caso contrario, se le corre de la casa. La potencialidad de lo que se puede perder es mayor de lo que ya ha perdido.

En mi caso, la ansiedad me carcome en principio. Me doy cuenta del origen y veo que no es mi lucha. Estoy acostumbrado a meter mi cuchara por interés. Sobre todo porque me importa que se haga lo justo y lo merecido. Me doy cuenta de que aquí, si él no desea luchar, no hay nada que yo pueda hacer. Es más, la potencialidad de incitar a la revolución podría terminar afectándome más a mí que la ansiedad que en un principió sentí.

Yo gané. Considero que a lo largo de los años, mis capacidades de negociación y confrontación se han ido agudizando. Me reconforta el poder observar las cosas de forma fría. Detener mis impulsos y permanecer sereno. Me gusta poder aplicar metodología a mis acciones pudiendo de antemano proyectar las consecuencias esperadas y tener una expectativa en cuanto a los resultados. El caso en particular fue tratado de forma correcta. Hablé cuando tenía que hablar. Me enojé. Me callé cuando tenía que hacerlo así. Mi posición inicialmente fue menos diez mil del águila. Hoy gané mi cometido y me encuentro son status quo en apariencia. Mis mínimos por alcanzar en la negociación –indirecta– son los proyectados. Además, hay ganancias comunitarias que se observarán en el corto, mediano y largo plazo. Después del caso, el tema dejó de ser tabú y hoy se homogeneíza la irregularidad y laguna que existía en el tema.

¿Qué perdí? Porque hasta cuando ganamos perdemos algo. Mi serenidad por un momento u otro. Un poco de tiempo. La sonrisa que se había ganado este o aquél. Perdí el pedestal en el que lo ponía. Resulta que el idealista cuando vio su mano torcida en la coyuntura dejó todo argumento. Recortó la melena con la que usualmente se pavonea. Dejó que el silencio hablara. El que calla otorga. Me defraudé y por eso me sentí ansioso. Porque hoy dudo un poco más que ayer que los principios del mundo moderno sean válidos. Quizás sean correctos. Ello no significa que quien los genera tenga el valor de defenderlos. A pesar de las consecuencias que pueda proyectar. No importa si son buenas o malas. No importa. No importa la lucha. No importa el otro. A veces no importo ni yo.

En el mundo egocéntrico en el que vivimos, las luchas se caen y desvanecen diariamente. Vivimos en un globo coloreado de ideales. Pocos de ellos fundamentados. Muchos de ellos decadentes. En la postmodernidad, la necesidad de héroes es evidente. Es natural. Cuando lo justo se corrompe en cada esquina. Cuando los preparatorianos son los más intolerantes. Cuando el nivel de educación es bajo y la televisión es una herramienta para manejar a las masas. Cuando los defensores del bien hacen el mal. Cuando se divide el camión en espacios para mujeres en vez de defender la equidad. Cuando las carreras universitarias no son catalizadores y espacios de entrenamiento sino obstáculos y esquiladores de la energía juvenil.

En la balanza de cada negociación hay cosas que se ganan y otras que se pierden. Hay los ganadores. Hay los perdedores. Todo es proporcional. Hay los héroes de las nuevas revoluciones. Los defensores de los ideales y los principios. Los obstaculizadores. En el ego, yo gano y lo demás no importa. No hay fidelidad. Se pierde la noción de quién es quién. El trabajo de uno no vale para el otro. Todo es intrascendente. En la postmodernidad la globalización acerca a las personas por medio de la comunicación y la tecnología. El alma se aleja cada día más del cuerpo colectivo de la sociedad.

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