¿Regionalismos?

En el libro de La política exterior de México en el nuevo orden mundial, una antología de principios y tesis editados por el Fondo de Cultura Económica, hacemos dos lecturas. En primera instancia recorremos de manera breve la historia temprana de la política exterior de México. Juan María Alponte nos explica en tiempos de Morelos, cuáles eran las preocupaciones de la clase mexicana en el poder. Recordemos pues que Estados Unidos juega un papel bastante importante en pergeñar el rol que juega nuestro país desde dichos tiempos. Al llegar James Monroe al poder de Estados Unidos, se da el traspaso de Louisiana por parte de Francia (Napoleón Bonaparte) a Estados Unidos; España no da dicho paso con Florida pero tenemos la aparición de “América para los americanos” y todo lo que conlleva la misma Doctrina Monroe.

Como podemos intuir, dichos eventos empujan a México a dibujar una política exterior que se centre en concretizar las líneas fronterizas con el vecino del norte.

En segunda instancia, damos un brinco a la década de los noventa en nuestra segunda lectura. En ella, analizamos el entusiasmo que sentían los mexicanos en el marco de la primera Cumbre Iberoamericana. México piensa en el regionalismo y, aunado al resto de América Latina, España y Portugal, busca insertarse en un sistema cada día más competitivo de manera más completa. Se celebra el grupo de los tres, el MERCOSUR y otros bloques que han conformado los países más prominentes de la región. Sin embargo, mientras se sueña con imágenes e ideas bolivarianas y criticadas en la época por el mismo Eduardo Galeano, resulta ser que el buen ánimo no lo es todo.

Como bien sabemos hoy en día, hizo falta de mucho más que sólo entusiasmos y buenos deseos por parte de los mandatarios y casas reales de todos los participantes en esa primera cumbre en Guadalajara. Si bien cabe rescatar la idea de una América que comparte una lengua, una cultura, una forma de pensar y de concebir la realidad (dada la cultura misma), hay que pensar en formas más reales para preparar no sólo a los bloques, sino también a los países miembros. Cabe preguntarse en qué marco se esbozarán políticas públicas y marcos jurídicos para poder aceptar un sistema tan avanzado y tan ajeno. El autor argumenta que México y el resto de América Latina no son ajenos ni extraños al sistema, que sin dicha parte geográfica, el mundo no sería tal cual es. Empero, ¿cómo insertar a países subdesarrollados en relación a los más avanzados en materia económica? Hay que sin duda preparar a sus ciudadanos, sus normas, sus leyes e incluso adaptar sus costumbres para lograr exitosamente entrar de lleno y no sufrir las consecuencias del descarado capitalismo y liberalismo al que nos enfrentamos.

Hay que recordar el papel histórico que ha jugado Latino América y hay que recordar sus habilidades y sus defectos; es decir, sus ventajas comparativas y competitivas, pero también sus desventajas en cuestión jurídica y económica. Así pues, ¿qué puede hacer México con la condiciones de banderazo en las que se encuentra? ¿Es la unión con el resto de América Latina un camino viable para el avance mexicano? ¿América Latina tiene un futuro mediante la regionalización o vale más la pena voltear a otras regiones y aliados geográficos (BRICH)? ¿Qué formas encontramos los mexicanos para construir al interior lo que mucho nos hace falta en el exterior? ¿Podemos incluso detectar los puntos flacos de nuestro país al interior?

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